Érase
una vez una joven que puso su toalla entre dos palmeras. Se dio bien
de crema, sacó un libro grueso, una bolsa de dátiles y frutos secos y
una botellita de agua y se preparó para pasar la jornada cual lagartija
feliz al sol. El tiempo transcurrió, perezoso, entre las dos
palmeras. Cuando los dátiles, el agua y el libro se acabaron, recogió
sus cosas y se marchó. La sorpresa fue comprobar que nada de lo que
había a la mañana seguía allí por la noche. Y es que habían pasado cien
años.
Y durante esos años, su novio -que la había dado por
desaparecida- se había vuelto a enamorar y había tenido hijos. Su
familia casi había desaparecido también, y sus sobrinos, y los hijos de
sus sobrinos, no la reconocían. La casa en la que ella vivía ahora estaba
habitada por una sobrina, mayor que ella, que si la creyó cuando
escuchó su relato, sobre todo porque la historia de su desaparición en
la playa había llenado muchas sobremesas, al principio de preocupación y
desconsuelo, y luego de gastada tristeza y resignación. Nuestra joven
de la playa tuvo que aprender a vivir de nuevo porque nada en el mundo
era como lo recordaba, pero estaba decidida a tener un futuro y a vivir
la vida que le correspondía sin perderse nada. Se adaptó como pudo,
aprendió cuanto estuvo en su mano, y poco tiempo después no habrías
apreciado que se crió en el siglo anterior. Se volvió a enamorar, tuvo
hijos, enviudó y disfrutó una vida larga y feliz.
A punto de
cumplir los noventa volvió a la playa misteriosa. Puso su toalla entre
las dos palmeras. Se dio bien de crema, sacó un libro grueso, una
bolsa de dátiles y frutos secos y una botellita de agua y se preparó
para pasar la jornada cual lagartija feliz al sol. El tiempo
transcurrió, perezoso, entre esas dos palmeras. Cuando los dátiles, el
agua y el libro se acabaron, recogió sus cosas y se marchó. Mientras
caminaba, volviendo a casa, con cada paso que daba su piel se iba
alisando, sus músculos engordando y su estatura cambiando. Cuando llamó a
la puerta, volvía a ser una bella y joven mujer. Su madre abrió la
puerta. Ella dijo: "Hola, mamá. Ya he vuelto"
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Vivir dos vidas y no creerse loca ¡sería maravilloso!
ResponderEliminarEs un relato con muchos interrogantes. ¿De qué época proviene esta misteriosa joven? ¿En qué lugar habita? y... ¿qué clase de persona vive dos vidas seguidas sin volverse loca? ¿cómo sería la segunda vida? ¿Se podrían llegar a encontrar las dos versiones? ¿Lo intentarían?
EliminarVivir dos vidas, me parece algo poco importante. Hay otras cuestiones más sesudas, por ejemplo: ¿qué pedazo de libro le llamó tanto la atención como para llevarlo a ese paraíso y no parar de leerlo hasta terminarlo? Y segunda, ¿fue el mismo libro la segunda vez?
ResponderEliminar¿Qué es más importante los personajes o las palabras impresas?
Respuesta: un beso.
y que me den con queso (que no me gusta jeje)
Lo más importante son las palabras impresas, sin duda. Y los besos. Y que te los den sin queso (ya que no parece de tu agrado)
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