domingo, 25 de octubre de 2009

Seis por cincuenta: trescientas…que no trescientos.


Escribir en múltiplos de 50 es un capricho como cualquier otro... aquí va, para abrir boca, este relato... Guárdalo en algún lugar…

Era un club exclusivo. Todos lo eran. Sin embargo ella se dejó engatusar por aquel guapo portero. Salía a beber botellines con él a la puerta trasera del local, mientras se iba enamorando de sus románticas ocurrencias. Él estaba casado, y ella era una niña pija en un club selecto…

¿Puedo decirte una cosa?", "Claro…, dime…" "Yo no sé si esto que hacemos está bien, o si le importa a alguien, pero creo que si te pillan conmigo te echarán de aquí." El portero se miró los pies. "No quiero perjudicarte…" Ella se inclinó y le mordió la oreja suavemente…

Él sintió que un escalofrío le recorría la espalda. La abrazó con fuerza, mientras buscaba con ansia su boca golosa, la misma con la que besaba lánguidamente la boca de cristal de las botellas de cerveza. La mordió sin querer, pero ella no se apartó. Su sangre sabía amargamente dulce.

Hicieron el amor a escondidas, feroz y tiernamente, furtivos y cómplices, eufóricos y, a la vez, terriblemente tímidos. "Entonces era cierto" pensó él, "Había deseo escondido tras sus miradas inocentes". "Era cierto" pensó ella, "Había deseo detrás de sus palabras tristemente alegres." Se miraron largamente, y al instante, lo supieron.

Sólo sería esa vez. Ese instante debería de contar para abrigar todas las noches de invierno, para refrescar todos los veranos asfixiantes, para alegrar todas las esperas tristes. Él guardó el recuerdo en algún sitio entre el vientre y el pecho. Ella lo escondió en algún lugar cerca del corazón.

Se separaron. Colocaron sus poses y vestidos. Ella miró hacia el fondo del club. Él vio la huella de un mordisco en sus labios y quiso besarla otra vez. Se miró los pies. Levantó la vista lo justo para verla marchar, y ella se volvió para sonreirle, una última vez.

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