
martes, 4 de octubre de 2011
Hipnosis

miércoles, 18 de mayo de 2011
Maneras de no desperdiciar un beso...

miércoles, 23 de marzo de 2011
Buscando
¿Se puede buscar demasiado y durante demasiado tiempo? Si necesitas oxígeno para respirar... ¿se puede respirar demasiado y durante demasiado tiempo? Sólo cuando la respiración es forzada, eso es un problema. Cuando respirar es natural, no hay esfuerzo, ni falta, ni exceso. Yo vivo en ese estado. No puedo no buscar. Casi todo el tiempo. Ahora que lo pienso, esto ha sido progresivo. Quizás al principio me abrumaba, pero ahora es más natural.
Eso me lleva a tener intuiciones con bastante frecuencia, intuiciones que yo verbalizo con la expresión "ver" aunque no referido a la percepción visual, sino a una sensación de "visión clara" sobre algo o alguien, o a través de ese algo o alguien. Es como si el mundo de la ilusión o "maya" se volviera transparente, y yo pudiera ver a través de esa ilusión los hilos que mueven las cosas. Es una sensación extraña.
Por expresar cosas así, en otra época me hubieran llevado a la hogera...
martes, 8 de marzo de 2011
Un destino funesto

Érase una vez un hombre acosado por un destino algo funesto.
Parecía que la fatalidad le perseguía, y en un par de ocasiones hasta le había dado un par de sustos.
Pensando en qué hacer para que la mala racha pasara, decidió visitar a la pitonisa de mayor fama de la ciudad. Pensaba que si podía saber algo acerca de su futuro podría tomar cartas en el asunto con anticipación y tener él el control de su vida, y no la fatalidad que tantos sobresaltos le daba ultimamente.
La afamada pitonisa, tras escuchar atentamente su historia y su petición, miró en su bola de cristal, y a continuación cogió un papel y un boli y garabateó algo en él. Después agarró un sobre y metió la nota en él, y lo cerró a conciencia. Le entregó el sobre al visitante con estas palabras: “En este papel que he guardado en el sobre he escrito el día y la hora de tu muerte. Generalmente no puedo saberlo, pero ocurre que tienes un mal que me hace posible verlo con total claridad. Pero lamento tener que decirte que no podrás abrir el sobre. Lo he sellado con magia. Si lo intentas, su contenido desaparecerá, y jamás podrás llegar a verlo. No puedo darte más, los espíritus no me dejan, tan claro lo ven. No te cobraré. Ahora lárgate.”
El hombre salió con el sobre, derrotado. Fue a un café, y mientras se tomaba uno intentó ver el sobre al trasluz. Nada. Imposible. Pensó acerca de su contenido. El día y la hora exactos de su muerte. Hasta que eso ocurriese, tendría que vivir con el sobre cerrado. Si al menos tuviera esa información, podría hacer lo que le diera la gana sin temor. Saber la hora y el día exacto de tu muerte te convierten en inmortal e invencible, al menos hasta esa hora. Pero lo cierto es que lo tenía en jaque. Intentó durante unos días ignorar el sobre cerrado. Olvidarlo en un cajón. Pero resultaba dificil hacerlo, ya que no podía parar de pensar que cada minuto podía ser el último de su vida. Descubrió que no podía hacer planes. No podía amar a ninguna mujer. No podía ofrecerle un futuro tranquilo. Aquel sobre atenazaba su vida. Así que decidió volver a ver a la pitonisa para pedirle un remedio que mitigara en algo su sufrimiento, que ahora era mayor que al principio.
La pitonisa volvió a escuchar su petición y, tras pensarlo detenidamente y consultarlo con los espíritus ayudantes, decidió que había una alternativa. Buscó una baraja de cartas. Separó diez de ellas. Marcó una con la palabra “Kaput”, y otra con la palabra “Jodido”. El hombre entendió lo que eso significaba al instante. Luego metió estas dos cartas entre las otras ocho y barajó cuidadosamente. A continuación le habló de esta manera: “Cambiaré tu sobre cerrado por una de estas diez cartas. A continuación tendrás que sacar una de entre las diez, y quedarte con ella. Ya sé que hay dos bastante malas, pero recuerda que hay otras ocho buenas. Si sacas una de las buenas, no tendrás ni más ni menos preocupaciones que el resto de los mortales. La carta que saques cumplirá su destino para ti al instante.”
El hombre no sabía que hacer, así que decidió volver al café, a pensárselo. Estaba abrumado. ¿Porqué los hados del destino le jugaban esta mala pasada? Nadie le contestó. El sobre cerrado le quemaba en el bolsillo. Decidió que tendría que arriesgarse y sacar una carta, y mirar cara a cara a su destino, porque de otra manera nunca podría vivir a gusto. Se armó de valor, se concentró en las ocho cartas ganadoras y volvió a la tienda de la pitonisa.
Esta sonrió al verlo entrar.
jueves, 3 de marzo de 2011
Historia de un cuadro (de Kris Lewis)
Le vi ponerse la flor en el pelo.
Al instante dos pequeños colibries empezaron a revolotear alrededor, atraídos por el dulzón aroma. Me fascinó su mirada triste y fría, su fuerte mandíbula, su cuello delgado y sus manos.
Sus manos dicen cosas: quédate ahí, no avances, mi corazón duele, no lo hieras más. El anillo que lleva es un misterio de runas y magia. Y ambas manos están marcadas con arañazos. Me atacó un gato, dijo. Está bien, puedo entenderlo. Herir sin querer a veces forma parte del juego.
Pero quédate ahí, no avances.
Los pájaros seguían volando alrededor, acercándose, atraídos por el dulzón aroma de aquella mujer, suspendidos elegantemente en el aire.
miércoles, 12 de enero de 2011
Partitura

Me miras en silencio, a compás de cuatro tiempos. Suspiras en corchea. Tu primera frase, esa en la que me dices cuánto me añoras, es una blanca largamente sostenida, con puntillo. La clave, de fa (tal). Mi respuesta en negras, semicorcheas, fusas, semifusas. Silencio final. Lenguaje musical. Amor de fusa.
viernes, 19 de noviembre de 2010
6 x 50 palabras: La lengua

Un día, de pequeña, se había mordido la lengua. Fue así como tuvo dolorosa conciencia de ese músculo que bailaba dentro de su boca. Cuando se recuperó del mordisco empezó a pasar ratos averiguando a solas de cuántas maneras podía moverla, y cuántas maneras de conocer el mundo le proporcionaba.
Descubrió que podía alcanzarse la punta de la nariz con ella. Rotarla 360 grados. Doblarla, enrollarla. Cuando le enseñó sus habilidades a su mejor amiga descubrió que esas habilidades eran raras, que casi nadie podía. Había unos genes asociados al control de esos músculos y ella, al parecer, los tenía.
Creció con ese pequeño secreto. Conoció el primer amor. El día que lo besó por primera vez su lengua despertó. Descubrió el universo de sensaciones que le proporcionaba su hábil uso. Empezó a soñar con saborear la piel de su amado y con humedecer todos los rincones de su cuerpo.
Todos decían: hablas por los codos, ¿puedes tener la lengua quieta? Su padre le decía: ¡muérdete la lengua! Pero a ella cada vez le subyugaba más ese apéndice. Todo lo probaba primero con la punta, y luego lo deslizaba hasta el fondo de la boca, recorriéndolo concentrada y con deleite.
Un buen beso con lengua era algo indefinible. Entrar despacio, invitada, en el interior de una boca, en el lugar de las palabras y los sabores. Encontrarse con otra lengua, acariciarse, bailar, recorrerse. Y un gesto: un lento lametón de gato con los labios abiertos: ¡podía morir en ese momento!
Cuando algo le dolía, o le escocía, se pasaba la lengua. Le reconfortaba su tacto, su calor, su humedad relativa. Si le hubieran preguntado a qué sentido otorgaba más importancia en su vida hubiera dicho que al tacto-gusto de la lengua. Sin duda. Un dos en uno, y mucho más...
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