martes, 8 de marzo de 2011

Un destino funesto


Érase una vez un hombre acosado por un destino algo funesto.

Parecía que la fatalidad le perseguía, y en un par de ocasiones hasta le había dado un par de sustos.

Pensando en qué hacer para que la mala racha pasara, decidió visitar a la pitonisa de mayor fama de la ciudad. Pensaba que si podía saber algo acerca de su futuro podría tomar cartas en el asunto con anticipación y tener él el control de su vida, y no la fatalidad que tantos sobresaltos le daba ultimamente.

La afamada pitonisa, tras escuchar atentamente su historia y su petición, miró en su bola de cristal, y a continuación cogió un papel y un boli y garabateó algo en él. Después agarró un sobre y metió la nota en él, y lo cerró a conciencia. Le entregó el sobre al visitante con estas palabras: “En este papel que he guardado en el sobre he escrito el día y la hora de tu muerte. Generalmente no puedo saberlo, pero ocurre que tienes un mal que me hace posible verlo con total claridad. Pero lamento tener que decirte que no podrás abrir el sobre. Lo he sellado con magia. Si lo intentas, su contenido desaparecerá, y jamás podrás llegar a verlo. No puedo darte más, los espíritus no me dejan, tan claro lo ven. No te cobraré. Ahora lárgate.”

El hombre salió con el sobre, derrotado. Fue a un café, y mientras se tomaba uno intentó ver el sobre al trasluz. Nada. Imposible. Pensó acerca de su contenido. El día y la hora exactos de su muerte. Hasta que eso ocurriese, tendría que vivir con el sobre cerrado. Si al menos tuviera esa información, podría hacer lo que le diera la gana sin temor. Saber la hora y el día exacto de tu muerte te convierten en inmortal e invencible, al menos hasta esa hora. Pero lo cierto es que lo tenía en jaque. Intentó durante unos días ignorar el sobre cerrado. Olvidarlo en un cajón. Pero resultaba dificil hacerlo, ya que no podía parar de pensar que cada minuto podía ser el último de su vida. Descubrió que no podía hacer planes. No podía amar a ninguna mujer. No podía ofrecerle un futuro tranquilo. Aquel sobre atenazaba su vida. Así que decidió volver a ver a la pitonisa para pedirle un remedio que mitigara en algo su sufrimiento, que ahora era mayor que al principio.

La pitonisa volvió a escuchar su petición y, tras pensarlo detenidamente y consultarlo con los espíritus ayudantes, decidió que había una alternativa. Buscó una baraja de cartas. Separó diez de ellas. Marcó una con la palabra “Kaput”, y otra con la palabra “Jodido”. El hombre entendió lo que eso significaba al instante. Luego metió estas dos cartas entre las otras ocho y barajó cuidadosamente. A continuación le habló de esta manera: “Cambiaré tu sobre cerrado por una de estas diez cartas. A continuación tendrás que sacar una de entre las diez, y quedarte con ella. Ya sé que hay dos bastante malas, pero recuerda que hay otras ocho buenas. Si sacas una de las buenas, no tendrás ni más ni menos preocupaciones que el resto de los mortales. La carta que saques cumplirá su destino para ti al instante.”

El hombre no sabía que hacer, así que decidió volver al café, a pensárselo. Estaba abrumado. ¿Porqué los hados del destino le jugaban esta mala pasada? Nadie le contestó. El sobre cerrado le quemaba en el bolsillo. Decidió que tendría que arriesgarse y sacar una carta, y mirar cara a cara a su destino, porque de otra manera nunca podría vivir a gusto. Se armó de valor, se concentró en las ocho cartas ganadoras y volvió a la tienda de la pitonisa.

Esta sonrió al verlo entrar.

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