lunes, 11 de junio de 2012

12/12


“En unos minutos mis parpados cerrarán mis ojos, todo cuanto soy quedará en un sueño...” (J.R.M.)
(Imagen: http://antidepresivo.net/2010/04/15/15-datos-interesantes-acerca-del-sueno/)
Esperaba con impaciencia el momento de acostarse. Adelantaba la hora siempre que era posible. Era de los que dejaban cada mañana el pijama debajo de la almohada, como parte de un ritual que confería al momento de acostarse un halo de instante especial. Levantó la almohada y allí estaba, tal y como esperaba,  perfectamente doblado. Se quitó la ropa y la dejó, descuidada, sobre la silla. Se puso el pijama. Abrió la cama, se sentó al borde, se quitó las zapatillas y se metió en ella, arropándose con el edredón.
Era consciente de que su ropa de cama olía a él, aunque no era capaz de percibirlo con claridad. Sólo sabía con certeza una cosa: aquel era el mejor momento del día, con diferencia. Adoptó una posición fetal, para rotar la cadera poco después y estirar una pierna. Le encantaba esa sensación muscular, contrayéndose primero, relajándose después para deslizarse en el sueño. Disminuyó el ritmo de la respiración y la hizo menos profunda. Dejó que la mente divagara, sin aferrarse a ningún tema,  a ninguna preocupación. Perdía el hilo de sus pensamientos; no le importaba. La frontera, el paso entre la vigilia y el sueño, ya estaba cerca.
Soñaba tanto, y era todo tan intenso, que se acostumbró a vivir una segunda vida en esa tierra sin normas, en la que el cuerpo no pesaba, podías volar en lugar de andar y las situaciones por lo general se solucionaban desvaneciéndose. Adaptó su ritmo de vida a un 12/12. Doce horas de vigilia y doce de sueño. Media vida aquí, media en el país de los sueños.
Después de un tiempo perdió la conciencia del sueño y la vigilia. El mundo de la vigilia se volvió tan surrealista que parecía soñado. Aprendió tan bien a controlar las reglas que rigen los sueños que le parecían vigilias.
Hasta que la conoció a ella.
A partir de entonces aún le importó menos el mundo en el que vivir. Decidió que donde estuviera ella, ahí quería estar.
Ella venía a su habitación con la medicación cada ocho horas.
Y luego, en otro lugar más frágil y etéreo, flotaban unidos en éxtasis sobre una cama blanca, irradiando luz, iluminando el mundo.

(Nota: este relato es de encargo y está dedicado al dueño de un corazón que habito, en sala VIP)

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