lunes, 25 de junio de 2012

En ruinas


“Cuando una taza de té se rompe, los japoneses rellenan las grietas con oro. Las cosas que se rompen y se reconstruyen son así más bellas aún, por la historia que cuentan.”

Se resistía a entrar por el marco de la puerta. Sabía que tenía que hacerlo, tenía que buscar sus cosas valiosas entre los restos de aquello que había amado. Llevaba noches soñando con espíritus esquivos pero presentes, que la asían y zarandeaban sin compasión hasta que despertaba del sueño, bañada en sudor.
Aún ahora, creía notar esas presencias allí.
Reunió todo el valor que tenía y dio un paso al frente. La casa estaba desolada. Una sensación de tristeza profunda la embargó hasta el punto de sentirse asfixiada, los ojos rebosantes de cascotes, el cielo lleno de agujeros, las pintadas en las paredes llamándola a gritos. Tenía que subir. Pero la escalera estaba rota, sin los primeros peldaños. Frunció el ceño. Eso no la pararía, escalaría si fuera necesario, haciendo oídos sordos a la voz de la prudencia. Se agarró a los débiles travesaños y trepó como pudo.
Arriba todo era aún más triste. Pisó con cuidado, evitando los boquetes y las maderas podridas. Cada paso tembloroso le recordaba las cosas vividas en esa casa, las peleas, los gritos, los objetos que volaban por los aires para terminar rotos en mil pedazos, los insultos que rompían hasta el alma. Pero avanzó hasta el balcón, se agarró a la balaustrada y miró a fuera, hacia el horizonte.
Fuera estaba el futuro, amaneciendo, lleno de amigos, dulzura, poesía, aventura y alegría. Se quedó un rato allí, respirando el frío aire de la mañana. Cuando volvió la vista atrás le pareció que parte del miedo quedaba allí enterrado, que no podría con ella, que no tenía más poder sobre ella. Bajó con cuidado. Se sintió débil y fuerte a la vez, y no le importó.

Entonces vio el corazón, esa promesa incumplida, una esperanza casi perdida, que no se deja perder porque es eso, esperanza. Acarició la pared llena de orificios de balas. Se sintió morir bajo los disparos. Y luego todo pasó.
Todo pasó.
Volvió a la vida.
Y sonrió.

lunes, 11 de junio de 2012

12/12


“En unos minutos mis parpados cerrarán mis ojos, todo cuanto soy quedará en un sueño...” (J.R.M.)
(Imagen: http://antidepresivo.net/2010/04/15/15-datos-interesantes-acerca-del-sueno/)
Esperaba con impaciencia el momento de acostarse. Adelantaba la hora siempre que era posible. Era de los que dejaban cada mañana el pijama debajo de la almohada, como parte de un ritual que confería al momento de acostarse un halo de instante especial. Levantó la almohada y allí estaba, tal y como esperaba,  perfectamente doblado. Se quitó la ropa y la dejó, descuidada, sobre la silla. Se puso el pijama. Abrió la cama, se sentó al borde, se quitó las zapatillas y se metió en ella, arropándose con el edredón.
Era consciente de que su ropa de cama olía a él, aunque no era capaz de percibirlo con claridad. Sólo sabía con certeza una cosa: aquel era el mejor momento del día, con diferencia. Adoptó una posición fetal, para rotar la cadera poco después y estirar una pierna. Le encantaba esa sensación muscular, contrayéndose primero, relajándose después para deslizarse en el sueño. Disminuyó el ritmo de la respiración y la hizo menos profunda. Dejó que la mente divagara, sin aferrarse a ningún tema,  a ninguna preocupación. Perdía el hilo de sus pensamientos; no le importaba. La frontera, el paso entre la vigilia y el sueño, ya estaba cerca.
Soñaba tanto, y era todo tan intenso, que se acostumbró a vivir una segunda vida en esa tierra sin normas, en la que el cuerpo no pesaba, podías volar en lugar de andar y las situaciones por lo general se solucionaban desvaneciéndose. Adaptó su ritmo de vida a un 12/12. Doce horas de vigilia y doce de sueño. Media vida aquí, media en el país de los sueños.
Después de un tiempo perdió la conciencia del sueño y la vigilia. El mundo de la vigilia se volvió tan surrealista que parecía soñado. Aprendió tan bien a controlar las reglas que rigen los sueños que le parecían vigilias.
Hasta que la conoció a ella.
A partir de entonces aún le importó menos el mundo en el que vivir. Decidió que donde estuviera ella, ahí quería estar.
Ella venía a su habitación con la medicación cada ocho horas.
Y luego, en otro lugar más frágil y etéreo, flotaban unidos en éxtasis sobre una cama blanca, irradiando luz, iluminando el mundo.

(Nota: este relato es de encargo y está dedicado al dueño de un corazón que habito, en sala VIP)

domingo, 10 de junio de 2012

La noche

La noche se desliza silenciosa
sobre la ciudad dormida
oscura
Cojo mis sueños
los envuelvo con indiferencia
y los arrojo al fondo del armario
para velar el sueño de otro
Para tejer tus sueños
duermo despierta.